miércoles, 2 de noviembre de 2011

DIA DE MUERTOS… MÁS QUE UNA FECHA


En casa, lejos de la rutina, el cuarto en el que crecí, ahora vacio, solo mi cama y mis maletas. Las nueve de la mañana y ahí está otra vez, mi papá tocando la puerta, insistente para que me levante, tal vez esa es una de las cosas que definitivamente no extrañaba. En fin, con trabajo me quito la cobija, un suspiro y de pie. Mi perro solo me observa, tampoco quiere bajarse de la cama… uno, dos intentos y nada. Se mete entre las cobijas y decido dejarlo ahí.
Entonces salgo del cuarto. Inmediatamente ese olor que en estos días no podía faltar. Las flores, el incienso y claro ese mole que tanto le gustaba  a mi abuelita. Unos pasos y me encuentro frente a su ofrenda. No puedo evitarlo, me quedo inmóvil, todo lo que veo me es tan familiar que es muy difícil recordar que ya no está. Pero… las fotos, esas fotos donde se ve tan joven, donde parecía eterna, es lo único que nos queda de ella, el único lugar donde ahora podemos verla.
Vaya manera de empezar el día, memorias llegan y las emociones se mezclan. Me agacho, prendo su veladora y en ese momento recuerdo que ella siempre quiso ir a Huaquechula. La culpable, esa vecina que le contaba de sus visitas a ese lugar. De una forma diferente, pero era momento de llevarla.
Todo en la casa había mejorado, es un año especial, ya no somos solo mi papa, mi hermano y yo. Una mujer acompaña a mi papá, es noble, sencilla y trajo con ella una inmensa alegría, ese niño, el hermanito que siempre pedí y que es todo un caso.
Corre por la casa cantando, riendo. Mientras, ella prepara el desayuno, mi papá se baña y mi hermano en la computadora, como siempre escuchando música. Es un ambiente extraño porque nunca antes lo había vivido, pero a la vez tan familiar que me llena, que me hace sentir una paz increíble, tanto que me gustaría ya no regresar a mi casa. Estoy segura que mi abuelita tiene algo que ver en todo este cambio. Hasta su último aliento no se canso de decirnos que nos cuidaría siempre.
Justo pensaba en eso, cuando mi papa me llamó para desayunar. Le dije lo que había recordado y le agrado la idea de ir a donde mi abuelita siempre había querido. No tardamos en salir de la casa. En realidad no sabíamos en donde estaba Huaquechula, y mi papá es de esos que prefieren perderse antes de preguntar.
Afortunadamente el viaje fue toda una aventura. Bellos paisajes, un clima disfrutable, dulces, un perro y un niño que definitivamente nunca deberían crecer. Tres de la tarde. Por fin llegamos, después de una hora y media.
En las calles niños pidiendo “calaverita”, algunos con mascaras, otros completamente disfrazados. Guías turísticos por todas partes ofreciendo sus servicios. Coches y más coches, unos llegaban, otros se iban pero a cualquier lado al que volteaba había gente, de aquí, de allá, de todos lados.
El municipio estaba de fiesta, banderitas que colgaban, puestos de comida, juegos mecánicos, hojaldras de todos los tamaños y sabores, imágenes religiosas, flores, todo alrededor lo afirmaba.
El Ex Convento fue nuestra primera parada. Un grupo musical amenizaba la tarde. La gente bailaba, los niños jugaban y otros tantos entraban a rezar. Estuvimos un rato afuera, mientras el niño corría yo tomaba fotos. Y por momentos me quedaba viendo a la gente, la expresión en sus rostros decía mucho.
Avanzamos y llegamos a la presidencia. Comerciantes y artesanos de algunos otros estados se dieron cita ahí. Nos acercamos a la mesa donde daban informes. En un mapa nos mostraron la ruta de las 23 ofrendas expuestas al público. Y aunque ya era tarde comenzamos la búsqueda.
A unas cuadras del Zócalo encontramos la primera. Fue fácil, toda la gente caminaba hacia allá. Nos detuvimos en un puesto donde vendían ceras porque un señor nos llamó para decirnos que esa era la tradición del pueblo, que en cada ofrenda se dejaban unas ceras y a cambio como agradecimiento los dueños de la casa invitaban a comer. Mi papá decidió comprar algunas y así seguimos el camino.
Afuera de la casa había ya mucha gente. En filas iban entrando. En realidad no pudimos apreciar bien la ofrenda pues todos tenían la misma intención y se amontonaban. Entregamos las ceras, pero y era tarde. La comida se había terminado. Al menos para los visitantes, para la familia o los conocidos aun había. Solo nos ofrecieron chocolate y pan. Tomé algunas fotografías y salimos de ahí.
Preguntamos por la ofrenda que quedara más cerca. Nos explicaron y seguimos caminando. Pero entonces se hizo presente esa tan singular característica de mi papá de platicar con todo mundo. Esta vez fue un señor el que lo hizo detenerse. Llevaba flores y algunas otras cosas cargando. Hizo una parada para acomodar todo y fue cuando mi papá lo abordó. Le comenzó a preguntar sobre la tradición de ese lugar y el porqué de cada cosa que pasaba en estas fechas.
No me quedó de otra más que esperar. Le tome fotos a todo lo que había cerca. El niño casi acaba con la memoria de la cámara, le encanta posar. Caminé un poco hacia cada lado, el niño iba conmigo. En cada calle había algo que llamaba mi atención. Pero cuando reaccioné me di cuenta que el sol ya no estaba, ahora era la luz de la luna la que nos alumbraba.
Regresé a donde estaba mi papá con ella y el señor. Tomaban más chocolate y más pan. Sabía que si no hacia algo al respecto esa platica se seguiría de largo. Por suerte el señor actuó antes que yo. Tenía que llevar todas esas cosas a su casa. Se despidió y se fue.
Alcanzamos a ver otra ofrenda. Me llamó mucho la atención. Nunca había visto que dejaran dinero, pero el recipiente estaba casi lleno. Además había un Cristo en la parte de arriba, muy grande. Eso no creo que sea algo fuera de lo normal, sin embargo me causo impresión. Estaba muy grande, tenía muchísimas cosas. Es la primera vez que veo ofrendas así. También nos ofrecieron chocolate y pan. No pude acabarlo, ya era demasiado por esa noche.
Salimos de ahí y mi papá se dio cuenta, hasta ese entonces, que ya era tarde. Las 8 de la noche. El niño dormía y ni siquiera habíamos comido. Decidió que era mejor irnos a cenar a la casa. En el camino de regreso al coche, veíamos filas de personas esperando el transporte. Algunos turistas aun paseaban. Y los juegos estaban llenos de chicos y grandes que apenas comenzaban a divertirse.
Fue una experiencia muy bonita. En todo el recorrido mi abuelita estuvo presente. Todas las pláticas que teníamos sin o con querer la incluían. La pase muy bien. Un pequeño viaje en familia, el primero de muchos.




Cronista: Paulina Rivera

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