martes, 22 de noviembre de 2011

Piramides de Cholula, Puebla


Un día más. Afortunadamente el sol cubre la ciudad. Un buen desayuno, un baño y estoy lista para salir, para alejarme, para dedicarme a mí. Mi destino… Cholula. Si, ese lugar del que muchos han oído y al que otros tanto ya han visitado. Pero esta vez no voy por la diversión, en realidad voy en busca de un espacio que me libre de la rutina. Salgo de la casa y comienzo a caminar. A mí alrededor todos como siempre, caminan a prisa. Señoras gritando, niños jugando, los camiones llenos, los automóviles pasan con prisa… yo solo observo.
Sentada en el camión y junto a la ventana, empieza el recorrido. Música en mis oídos para terminar de encerrarme en mí. Y todo poco a poco va pasando frente a mis ojos, hace mucho no veía esas calles ni esas casas, hace mucho no observaba lo que hay a mi alrededor. La gente sube y baja, los vendedores pasan y pasan. Después de unas horas al fin estoy en Cholula.
Comienzo a caminar y lo estoy logrando, mi mente empieza a despejarse por completo, lo único que hay en ella es mi propia imagen, no escucho nada ni a nadie aunque las calles están llenas de todo y de todos. Y frente a mí, las pirámides. Imponentes, llenas de historia y ofreciendo una recompensa visual simplemente insuperable.
Desde la explanada del Templo de la Virgen de los Remedios, la naturaleza me regala bellísimos escenarios como el volcán Popocatépetl, la montaña Iztaccíhuatl o los campos de siembra que se extienden en los alrededores del poblado. El viento fresco acariciando mi rostro, los sonidos en la distancia y los olores que viajan en el aire hacen de una simple visita, toda una aventura.
Y al llegar a los túneles, me encuentro en la taquilla con varios guías que me ofrecen acompañarme en el recorrido, pero no lo acepto, prefiero hacerlo sola. Ya he estado ahí antes ya he visto todo aquello que ponen a nuestro alcance. Pero un recorrido así, nunca lo había hecho. Se siente tanta paz. A cada paso mi mente se va difuminando a blancos, como una película. Ese lugar transporta, ayuda a imaginar, a crear a hacer posible un mundo diferente donde solo existo yo sin pensamientos sin sentimientos, solo sensaciones.
Al final del camino sé que valió la pena todo. Ahora solo me siento a un lado de esas pirámides y espero que me contagien de su grandeza. A veces quisiera ser ellas, contemplando cada amanecer, atardecer y anochecer, disfrutando de la lluvia, del aire y siempre mostrando su grandeza. Una voz fuerte me desconcentra y llama mi atención. El tiempo pasó más rápido que de costumbre, el sol casi se esconde. Es hora de regresar y en cada paso voy dejando una parte de la pequeña historia que viví en tan solo unas horas. Y sí, claro que si… lo volvería a vivir.

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