Tres de la
tarde. El cansancio se hace presente en mis piernas, pero por fin me encuentro
frente al Carolino. Me detengo un momento, veo a mi alrededor, algunos caminan a
prisa, otros no tienen noción del tiempo, parece que disfrutan su caminar, las
parejas en las bancas se olvidan de que hay alguien más solo son ellos dos en
ese espacio, en ese instante.
De repente el ambiente de tranquilidad se rompe cuando se escuchan
unos gritos. Todos comienzan a voltear, también quieren saber lo que está
pasando. Una pareja que, a diferencia de las demás en ese lugar, irradia
coraje, ella al tiempo que avanza llora, mientras él la sigue y jala de su
brazo con frecuencia intentando detenerla. Sorpresa, burla, indiferencia, eso
es lo que la gente que pasa expresa con gestos y palabras que no pueden evitar
salir de su boca.
Esa situación distrajo mi camino, mi entrada al edificio se
prolongó. Realmente me quede asombrada y mis pensamientos no pudieron
detenerse. Al momento que cerraba mis ojos unas imágenes llegaban, los abría y
se desvanecían. Pero no, no podía permitirlo, eran recuerdos de aquellas
peleas. Y no pude, me levanté y sacudí mi cabeza. Entonces, concentrada de
nuevo en mi destino me dirigí a la entrada del Carolino.
El edificio es de dos niveles. Hay cinco ventanas encajonadas y
con bellas rejas. A Mitad de la fachada hay una placa dedicada al Jesuita Juan
Gómez. Una pesada cornisa separa los dos niveles, donde se encuentran siete
balcones con ventanas enmarcadas con jambas y resguardadas por bellas forjas de
hierro. En el remate central se localiza el Escudo Nacional, a la derecha el
escudo de la Universidad e Puebla y a la izquierda el escudo del Colegio del
Estado. Su escalera es monumental, formada de tres tramos en forma de
"Y", labrada en cantera gris y barandal de hierro. El Carolino cuenta
con cuatro patios. El primero es el más elegante. En el centro se halla una
fuente de cantera de forma poligonal. Pasando el vestíbulo se encuentra el
segundo patio. En él se encentra la estatua del fundador del Colegio de
Espíritu Santo, Miguel de Covarrubias.
Disfrutaba tanto del recorrido que olvidé las fotografías. Y eso
si que era raro, pero me di cuenta que todos pasamos frente a este edificio sin
saber todo lo que guarda en cuanto a historia y riqueza cultural. Es por eso
que esta vez preferí acercarme y preguntar. En realidad no hizo falta la
cámara, mi mente hizo todo el trabajo, creó las imágenes perfectas que lograban
regresarme en el tiempo a cada paso que daba.
Cuando todo ese viaje acabó, el sol se había ido, las lámparas
alumbraban las calles y la gente ya casi no iba con prisa, ya eran pocos que
caminaban con calma aprovechando que el frio no era tan fuerte.
Caminé hasta llegar al coche, un suspiro que indicaba mi
satisfacción después de la visita y ahora solo pensaba en llegar a contárselo a
mi papá, sabía que le gustaría escuchar mi experiencia y seguramente el fin de
semana el acudiría al Carolino…
Por: Paulina Rivera
Por: Paulina Rivera
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